miércoles, 21 de mayo de 2008

Mi gato.

Tengo un gatazo enorme, pesa más de siete kilos, y es un mimoso de tomo y lomo. Me lo regaló una alumna mía, con un mes escaso, recién destetado. Y se ha hecho tremendo. Le gusta hacerme compañía y sentarse a mi lado mientras escribo. Con cuatro caricias, ronronea como una moto. Es incapaz de hacer daño a nadie, muy sociable y muy limpio. Acude a su caja de arena cuando lo precisa y jamás se ha hecho sus cosas fuera de ella.
Eso sí, comer, come como un buitre. Pero no engorda, se mantiene ágil. Le gusta subirse de un salto a las estanterías, cuidando de no tirar ningún libro. Le he dejado un hueco libre para que contemple el panorama casero desde allí.
¿Cómo puede, de un salto, llegar a más de dos metros?
Su afición por las alturas tiene que ver con el punto de vista. A más altura, más panorama. Regla de tres directa.
Nuestros políticos, en principio, aunque se suben a las alturas, no son capaces de dar saltos así. Les gusta más la labor de ir trepando poco a poco. Y nunca se conforman con una altura determinada, siempre hay algo más alto a lo que llegar.
Pero, aun estando arriba, no deben de contemplar nada, pues de nada se enteran.
("¿Sabe usted que la electricidad estará un 11,5o más cara, Sr. Zapatero?" "!No me diga¡ Es que últimamente no leo mucho la prensa...")
En fin, que subir, para seguir mirando hacia arriba, parece ser la postura de todo político profesional que se precie.
A los de abajo, a los que quedamos por debajo, que nos den mucha bola.
Pues muchas gracias.

No hay comentarios: