sábado, 29 de octubre de 2011

En la cueva del Coco...

Es ya noche cerrada...
Pero no hace frío, y el viento no sopla...
El Filósofo ha recorrido la senda que lleva hasta la cueva de su amigo el Coco..., en compañía de sus dos perros y el gato ciego...
Lo ha llevado en brazos, y se ha quedado dormido...
Sigue su sueño sobre una manta doblada, cerca de fuego de la chimenea...
El pájaro oscuro del Coco, con la cabeza debajo del ala, como suelen dormir las aves, permanece quieto...
El milano, en su hueco dela cueva, descansa en una cesta, sobre olorosas hierbas de la montaña...
No duerme...
Observa a los recién llegados con sus poderosos ojos, y de vez en cuando, se esponja y vuelve luego a su quietud...
Los perros del Filósofo, juegan en la ladera...
Son incansables...
Al final, se tenderán junto al fuego...
El Coco y el Filósofo, tras las amistosas efusiones del reencuentro, se han acomodado en sus sillones favoritos, y han hablado y hablado...
"...de pronto, en una maravillosa tarde de verano, plena de luz, chispeante y alegre..., sentí una punzada, una dolorosa punzada en el pecho... Y me alarmé... Pero no, no era nada físico, era..., ¡cómo te diría...!, algo más profundo... Y durante unos instantes, todo pareció oscurecerse... Luego, volvió la luz, la tarde siguió brillando..., pero ya no era lo mismo... Una sombra triste había pasado por mi mente... Una sombra indefinible que me empañó el pensamiento...", dice el Filósofo...
-¿Y qué sentiste después...?, pregunta el Coco...
- No estoy seguro... Pero fue... tomar consciencia de que un día yo ya no estaría... De que habría más tardes así, y yo ya no podría contemplarlas...
-¡Te diste cuenta de que eras un ser limitado por el tiempo...!
-¡Y tan limitado...! Estuve muy decaído... y decidí retirarme a la casa de la llanura... Al principio, no sé qué buscaba, o si en realidad buscaba algo... Quizá fue un impulso, un deseo de... desaparecer... huir... Pero, ¿de qué...? ¿De mí mismo...? El caso es que dejé la ciudad... Y... aquí me tienes...
¿Te has recuperado...?, se atreve a preguntar el Coco.
No... Pero esa sensación dolorosa se ha hecho incluso aceptable... No sabría ya vivir sin ella...
¿Algo así como la "aguda espina dorada..."?, sugiere el Coco.
Y el Filósofo no sabe qué responder...
Y los dos, permanecen sumidos en sus pensamientos...
Los dos perros, hace rato que se han tumbado junto al fuego...
Avanza la noche...
Avanza el tiempo...


(Imagen: "Ocaso estival", pintura al pastel de Enrique Pérez Tudela,


40 x 50 cms., realizada en el verano de 2002).

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