jueves, 27 de febrero de 2014

EL RETORNO DE MC MAKHARRA, Capítulo IV.



EL RETORNO DE MC MAKHARRA, Capítulo IV.

¿Todo era un sueño...?
¿Mc estaba viviendo un sueño, o soñaba que lo vivía...?
Recordó al Segismundo de D. Pedro Calderón de la Barca, que leyó tiempo atrás:
"...que toda la vida es sueño,
y los sueños..., sueños son..."
Otras veces, sentía todo muy real...
Demasiado real... Demasiado preciso, contorneado, y lleno de auténtica luz, de verdadero sol, de lluvia cierta... Aun así, dudaba... La condición humana..., siempre la condición humana, tan dada a desvaríos y a poner en tela de juicio hasta los eventos más certeros e innegables... Sólo sentía un huequecito, un rincón vacío, cuando aparecía en su pensamiento la imagen de Sara, a la que seguía mandando postales y más postales...
Mañana soleada, propicia para un paseo... Sin la "Harley"... Andar, andar, para liberar el pensamiento de dudas y contradicciones, y comprobar que el mundo seguía en su sitio... No perder detalle de esa senda, elegida al azar..., esa piedra blanca y gris, veteada de negras estrías, el pájaro que huye instintivamente del ser humano, y se pierde tras una vaguada, la hierba, verde y brillante, a los lados del camino...
Todo... Un pequeño charco es un universo...
Sin darse cuenta, iba ascendiendo a una loma, y, al llegar arriba, se detuvo.
El valle, la llanura... La amada y vieja llanura que tanto y tanto conformó su carácter... Esa llanura que se perdía a lo lejos... En todas las direcciones, sólo interrumpida por las montañas de norte... Blancas ya sus cumbres... ¡Tam limpias...!
El viento era amable esa mañana. Mientras saboreaba un "schoguetten", con avellanas trituradas, y goloso chocolate oscuro, evocó, sin querer..., ¿o acaso fue queriendo...?, una tarde de finales de febrero, en la que percibió claramente, que el invierno se había ido... La brisa, sutilmente perfumada, inundaba los pulmones de alegría, hasta hacer saltar lágrimas a los ojos, cansado de tanto invierno...
El maestrillo, el herrerillo, el mediquillo...
Así llamaban los del lugar a los hijos de los profesionales... Nunca por su nombre...
"¿Dónde vas, herrerillo...?" "A ver si encuentro una buena vara...
El hijo de D. Rosendo, el maestro, tenía un nombre, igual que él.
Un nombre, que nadie usaba...
El hijo del médico, no tenía diminutivo, porque su padre, sólo iba al pueblo de la llanura a pasar consulta,
tres tardes por semana...
En la panadería, donde su madre se afanaba amasando y cociendo aquellos panes que nunca se estropeaban ni se enmohecían, (sólo se endurecía la corteza...), le gustaba hacerse un "cado", en alguno de los grandes recipientes de madera, donde se guardaba la masa, que estuviera vacío... Un lugar que acolchaba con sacos de harina en espera de ser llenados otra vez, y que, también servían para taparse con ellos, y embeberse de su grato olor... Su madre, le sonreía, y le guiñaba un ojo: "¡Qué bien estás ahí, pajarico...!" Y Mc le devolvía la sonrisa, y le mandaba un beso con las puntas de los dedos, que ella, siguiendo el juego, recogía al vuelo, y hacía como que, tras llevarlo a los labios, lo guardaba en un bolsillo de su delantal de amasar...
¡Ay, su madre...! Aquella mujer corpulenta, pero no pesada, que se movía con agilidad, metiendo y sacando panes del horno de leña... Al cabo de la tarde, se sentaba, ya cansada, en una pila de sacos de harina, repletos, rotundos, y Mc, se acercaba despacio, y buscaba refugio en ella...
"Dime cómo me llamo... Di mi nombre, muy bajito, para que no se entere nadie...", suplicaba Mc. Y ella, muy cerca de su oído, murmuraba su nombre, el real, el suyo, el que le impusieron el día de su bautizo...
Y Mc sabía que su madre, le daría un mordisquillo en su oreja, una cariñosa muestra de su amor por él, por su crío del alma... Y así, se quedaban en silencio, hasta que la panadera, suspirando, decía... "Se hace tarde..."
¿Tarde, para qué....? Él hubiera querido seguir en el regazo de su madre..., bueno, una eternidad...
De allí, a la herrería... La sonrisa del padre, se le antojaba deslumbrante... ¡El buen Vulcano de aldea...!
Y los tres, entraban en casa, hasta el día siguiente...
"¿Tanto tiempo ha pasado?", se preguntaba Mc.
Sí, ¡tanto tiempo...!
Que no volvería jamás...
Y Mc, sentía en su interior, una sensación de impotencia, una rabia que lo corroía...
Mientras, la Navidad se iba acercando.






(Archivo: cuevadelcoco).


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