martes, 22 de abril de 2014

EL RETORNO DE MC MAKHARRA. CAPÍTULO VI.

¡Madrid...!

Una calle céntrica, pero discreta.

Detrás de Sol.

Como muchas otras.

Una calle de apenas cien metros, y no muy ancha.

Peatonal desde hace ya algunos años...

(¡Ay, cómo echo de menos el callejear sin rumbo fijo, mientra cae la tarde y Madrid se ilumina...!)

No es difícil confundirla con otras, que, igual que ella, tienen un nombre con resonancias de antiguos oficios ya extinguidos.

Fachadas que evocan  al Madrid castizo, decimonónico, con puertas, balcones y ventanas de vieja factura. Los portales..., recias y dobles hojas, de madera oscurecida. Alguno, casi  recubierto de chapa metálica...; clavos de cabeza cuadrada, que semejan pequeñas pirámides, anclan la chapa a la madera. 

Y tiendas...

Fruterías, mercerías...

Tres tascas, dos a un lado de la calle, y una sola, al otro, ofrecen sabrosos picoteos... Son tascas de abolengo, y, a pesar de su apariencia, suele verse en ellas a personajes de la política, del espectáculo o de las letras... Gente famosa, vamos...

Y una vetusta librería, que, aunque de viejo, va mostrando las últimas novedades literarias. Y también la prensa, tanto nacional como extranjera. Además revistas para todos los gustos. ¡Hay que vivir...! Sus escaparates, apenas si se han remozado. La puerta de entrada, se abre con una manecilla de porcelana blanca y hierro ennegrecido.

Son edificios construídos con otra mentalidad. Con una visión del espacio, donde nunca se tuvo en cuenta esa especie de locura, que dieron en llamar racionalismo, y que tiende al máximo aprovechamiento de no se sabe qué... Así, un inmueble antiguo de cuatro plantas, alcanza la altura de uno actual, de seis o siete..., o más...

Junto a una puerta de hoja única, una placa de latón, grabada al ácido, dice, simplemente:

"LA ATLÁNTIDA.

SEGURIDAD Y VIGILANCIA.

PLANTA PRINCIPAL."

No informa sobre horarios de atención al público, ni ofrece ningún otro detalle. Se supone que ocupa una planta entera, ya que no indica ni derecha, ni izquierda, ni centro... Sus balcones, no muestran ningún anuncio de la agencia. Cortinas, que bien pueden ser de recio algodón, preservan el interior de la curiosidad de los vecinos que viven enfrente...  Como esta calle, puede haber muchas en Madrid, y también las habrá en otras capitales del interior... Seguramente...

El reloj, el mismo de ese rollo anual de las uvas, da los cuartos para las siete. Luego, las siete campanadas, que llegan un tanto amortiguadas, y que, en ocasiones, hay que estar atentos para escucharlas con claridad...

No hay nadie en las oficinas de "La Atlántida".

A las siete menos cuarto, han salido todos... Es un acuerdo sin palabras...

Nadie de los que allí trabajan, en horario de diez a siete, con una hora para tomar un bocado... Tiempo que siempre se prolonga... Pero nunca es motivo de llamadas de atención ni nada por el estilo...

Sara, impecable en su "sastre", y de pie, junto al balcón de su despacho, muestra una expresión triste y preocupada..., que nadie puede ver...

Es "su" hora.

Y todos los días, tras las cortinas, que sólo aparta lo justo,contempla el edificio vecino, fijando la mirada en un medio relieve situado entre dos balcones.

Un rostro enigmático, tallado en piedra grisácea, sobre un fondo de mármol negro mate. Y todo el conjunto, rodeado por una sencilla moldura ovalada. Debajo, una fecha: 1851.

Mc, cuando cayó en la cuenta de "ese tiempo" que Sara dedicaba a sus propios pensamientos, comenzó a salir a la calle con cualquier pretexto, al principio. Luego, sin decir nada...  Se tomaba una caña, compraba un diario...  Y regresaba al cabo de una hora...

Sara, que jamás dejaba escapar ni el más mínimo detalle , supo así que lo amaba, que era capaz de darlo todo por él.

Sara, sigue pensativa... Se acercan las Navidades... Y una sensación de dolorosa soledad, se apodera de ella...

¡Mc...! Imprevisible... A punto estuvo de correr a su encuentro, de plantarse en el pueblo, pero no lo hizo.

Ha pasado una hora... El reloj, da los cuartos para las ocho. Luego, las ocho campanadas.

Y entonces, como si de un milagro se tratara, oye unos pasos familiares en la escalera, la puerta se abre..., y siente que el corazón se le dispara..., que le tiembla todo el cuerpo..., que se le humedecen los ojos de pura alegría...

¡Mc ha vuelto!.









(Archivo: cuevadelcoco).




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