martes, 14 de julio de 2015

"EL RETORNO DE MC MAKHARRA", TERCERA PARTE. Capítulo I.

Bajo la llovizna de finales de marzo, cuando Madrid se dispone, por una parte, a salir de estampida, y por otra a participar en su Semana Santa, Mc, protegido por su "Hugo Boss" waterproof, y un sombrero elástico del mismo autor, recorría las calles, gozando de ese chirimiri, que él, consideraba tan grato y familiar, aunque al resto de la capital le supiese a cuerno quemado, (habría que decir mejor; a cuerno mojado.) Resbalaba la lluvia por el tejido impermeable, negro mate, sombrero a juego, claro, y aspiraba ese olor a humedad, sobre todo cuando se acercaba a los jardincillos o a algún ensanche de la vía pública, donde los árboles recibían, en sus caducifolios recién estrenados, la bendición del agua. Se sentía bien... Aunque necesitaba muy poco para sentirse bien... Había salido de "La Atlántida"sin dar explicaciones... Sara no había acudido aquella tarde, y pronto, su ausencia en el despacho contiguo, le produjo la consabida desazón. Así que decidió abandonar la agencia un par de horas antes. - No olviden cerrar bien..., y coloquen las alarmas..., dijo, dirigiéndose a todos, pero en particular a Pepa, quien, tras el casamiento de la anterior encargada, pasó a ocupar el rol de factótum y chica de confianza. No se fué sin echar una apreciativa mirada a Roxana, que, aunque llevaba ya unos años viviendo en Madrid, conservaba el gracioso acento de su añorada Cartagena. Mc, se dejó llevar, sin rumbo fijo... Y, mientras callejeaba, el puzzle (pronúnciese pasel), de aquél momento, se deshizo como si lo hubiera barrido un viento que pasara por mero capricho... Y, cuando el mismo viento recompuso el rompecabezas, Mc se halló caminando por un sendero solitario, pues, ya entonces, comenzaba a gustarle estar completamente solo, pensando o sin pensar en nada concreto, pero gozando de la grata sensación de no ser visto ni contemplado por nadie..., además del silencio, sólo interrumpido por esos sonidos naturales, que, en realidad, no lo cortan ni lo detienen, sino que lo realzan.
Y recuerdo, y cito, esos versos de Garcilaso, que bien podrían definir instantes así: "En el silencio, sólo se escuchaba, un susurro de abejas que sonaba..." ¡Bendito Garcilaso...! ¡Cuántas veces lo he releído, con acrecentado placer...! Mc, siguió caminando... Aún quedaba luz en la tarde, como para regresar sin que las sombras de finales de febrero se adueñaran del llano. Y allá, a unos veinte metros, a la vuelta de un recodo, estaba el "maestrillo", sentado en una piedra, ajeno a todo lo que no fueran sus preocupaciones... La pura imagen de la meditación... Mc, se llevó un sobresalto, y se agachó, rápido, para recoger dos o tres chinas redondas del camino, por si acaso, pues el "maestrillo" y él, en solitario..., ¡buenoooo...!, podía pasar de todo... Y no sucedió nada... Avergonzado, dejó caer las chinas disimuladamente, y se aproximó... -¿Qué haces aquí, tan solo...? Y el "maestrillo", lo contempló como si fuera la primera vez que lo viera, como si hubiera descendido de una nube... -Ya ves... Pensando... Mc, se sentó junto a él, en un piedra vecina, y no supo qué decir... -¿Te pasa algo...? -No, a mí no... Es que mi padre quiere que haga el Bachillerato, y que me examine de Ingreso en junio... -Y eso, ¿es difícil...? Tardó un rato el "maestrillo" en responder, y, cuando lo hizo, dio a Mc todo tipo de explicaciones... El hijo del herrero y la panadera, escuchaba absorto, como si estuviera oyendo un relato de algo muy lejano e inasequible... El caso es, que, regresaron al pueblo juntos, y se despidieron amigablemente...
Aquella noche, Mc, casi no pudo dormir...









(Archivo: cuevadelcoco).

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