martes, 2 de agosto de 2016

...tarde de otoño en el colegio...


La tarde de finales de septiembre, 
va declinando con lentitud...

Las tardes, en el colegio,
tienen un poco de tiempo para la lectura...

Vamos leyendo, 
todos del mismo libro, 
una miscelánea de autores...

Algunos me suenan,
por tenerlos en casa,
en las estanterías de mi padre...

Otros, ni idea...

Y me toca leer.
Y leo:

"Arde el tronco de una encina
en la enorme chimenea....

El fuego chisporrotea
y el vasto hogar ilumina...

Sobre sus manos reclina
su ancha cabeza un lebrel...

En cuya lustrosa piel,
vivos destellos derrama,
la roja y trémula llama
que brilla delante de él..."

Luego, el padre escolapio,
que nos llevará y sufrirá
durante ese curso,
pregunta sobre palabras del corto poema... 

"¿Qué es un lebrel...?, pregunta.

Nadie responde...

"Un perro grande...", respondo yo,
antes de que se impaciente demasiado.

"Muy bien...", dice el padre.

Y, tomando una estampita 
de uno de los cajones de su mesa,
me la entrega, sonriente...

Detrás, ha escrito:

"Vale por diez puntos".

Y su firma.

A través de las grandes ventanas enrejadas,
(...todavía recuerdo esas rejas de forja,
con unas iniciales, también forjadas,
una E y una P...)
la tarde septembrina ha perdido su luz...

Una oración antes de salir,
y, de dos en dos,
nos dirigimos a la puerta 
que da a la calle Mayor...

¡Yo quería tener un perro...!

¡Un lebrel como el del poema...!











(Archivo: cuevadelcoco).



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